Cuando le dices a alguien que se ha enamorado por las cosas que hace o dice por esa persona, no sabría si acompañarla en el sentimiento o alegrarme por ella.
Está claro que el amor es muy bonito y todo lo que tú quieras, pero con dieciséis y diecisiete años no vas a durar más de medio año con una persona sin haber cortado al menos una vez, y si hablamos de años el número de rupturas aumenta.
En estos casos puedes optar por pasar a tener dos vidas totalmente distintas, y he de decir que yo he pasado por las dos.
En primer lugar, eres esa persona que cada día deja de querer más a su pareja. Cada día se agobia un poco más. Está harta de las discusiones, mira para atrás y solo ve las cosas negativas hasta que llega un día que da ese paso y se dan un tiempo o lo dejan de forma definitiva. Lo normal es que se la sude, o eso es lo que da aparentar, porque… ¿Por qué coño va a estar mal si ha hecho lo que quería? Estará mal porque está haciendo sufrir a una persona con la que seguramente habrá vivido muchos momentos. Puede que no la quiera como el primer día, pero le seguirá teniendo aprecio por muy ridículo que parezca. Se le reprimirá el corazón cada vez que la vea mal o triste, cada vez que lea cosas que le inculpan. Se siente culpable por hacer lo que en verdad debía y quería. No podía permitirse el lujo de estar con la otra por pena.
Por otra parte, puedes ser la persona a la que destrozan. Las dos sensaciones son muy distintas. Un día poco esperado esa persona te dice que ya no siente lo mismo o te deja por el motivo que sea. Aquí es cuando te sientes una mierda. Cuando notas que a la persona que más quieres ya no le importas. Miras atrás y solo puedes ver los momentos buenos, esos de película, para contar y guardar en el recuerdo. Lloras. Ves como esa persona pasa de ti. Ves como rehace su vida y tú no puedes porque estás atascado en el pasado. En ese momento en el que dijo su último adiós.